El Romanticismo alemán no podía dejar de tener su influencia y había que rendirle el culto necesario que la vanguardia venía pidiendo a través del surrealismo transformador. Contemporáneos franceses insistían en un automatismo que para la filosofía alemana no alcanzaba y que despejaría Nietzche con la voluntad de poder y con una potencia de vida que insistía y se termina de definir en Freud en quien la consistencia del automatismo en la escritura le hacía falta, o agua, a su pensamiento que derrotaba nuevamente al Positivismo francés, cuando los vasos comunicantes de Bretón no llegan a explicar lo que de corte en el tiempo introducía subvirtiendo toda teoría de la época cuándo el más allá del relato del sueño imponía un deseo, que sin objeto, transformaba la certeza del decir en el mal dicho, el equivoco que transformaría el nacimiento de Eros en el advenimiento de Afrodita, surgida de las aguas para dar cuenta de lo que emerge, virtualidad actual con destino trazado, palabras. La fuerza se desplaza, no es el flechazo de Eros condicionando siempre la dirección casi puntual de un blanco, sino una emergencia desopilante, sin sentido, sin dirección pero direccionable, por un Otro que puede a través de la interpretación darle un sentido que hasta ahora era sólo ausencia.
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