No hay crueldad mas cruel que la locura. Ni hay bondad ni amor que puedan contenerla. Es, sencillamente la palabra, la que tocada por el lazo establecido quitará al psicótico lo que le sobra.
Ya que es precisamente por no faltarle nada, que lo único que se significa en él, es el deseo de una madre totipotente y sin fallas, ya que es él, precisamente, el colgajo que la completa.
En el psicótico el Otro no está fuera del cuerpo de su madre, él mismo no está fuera del cuerpo de la madre. En el psicótico hay algo único, completo, inmortal. Es esa unidad, ese paraíso casi sin voz, lo que el psicótico defiende con uñas y dientes y no ha de ser tarea fácil arrancar al psicótico del cuerpo de su madre, porque eso significa, exactamente, arrancar al sujeto de los brazos de la especie y herirlo de tal manera, que por esa herida abierta al inconsciente, será sexuado y morirá.
No se trata de la forclusión (rechazo) del tres edípico, que hasta los animales tienen de eso representación, sino de la condición de mortal del ser humano. Aquel vacío que introduce en el sujeto el cuarto como muerte. Esa rajadura que anuncia que todo ha de terminar algún día, eso es lo que el sujeto forcluye. No al Otro, porque del lenguaje se sigue tratando, sino a la metáfora que al sustituir el deseo de la madre por el nombre del padre o bien, la inmortalidad por el goce, desprende al sujeto psíquico de la especie y lo mata.
Miguel O. Menassa - Psicoanálisis y Psicosis- Actas 1988
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