viernes, 27 de febrero de 2009

LA VIOLENCIA SE DOMINA CON EL TRABAJO


El mundo del trabajo y de la razón es la base de la vida humana; pero el trabajo no nos absorbe enteramente, y si bien la razón manda, nuestra obediencia es limitada. Con su actividad, el hombre edificó el mundo racional, pero sigue subsistiendo en él un fondo de violencia. La naturaleza misma es violenta y, por más razonables que seamos ahora, puede volver a dominarnos una violencia que ya no es la natural, sino la de un ser razonable que intentó obedecer, pero que sucumbe al impulso que en sí mismo no puede reducir a la razón. Hay en la naturaleza, y también en el hombre, un impulso que siempre excede los límites y que sólo puede ser reducido en parte. En el terreno donde se desenvelve nuestra vida, el exceso se pone de manifiesto allí donde la violencia supera a la razón. El trabajo exige un comportamiento en el cual el cálculo del esfuerzo relacionado con la eficacia produciva es constante. El trabajo exige una conducta razonable, en la que no se admiten los impulsos tumultuosos que se liberan en la fiesta, o en el juego. Esos impulsos dan a quienes ceden a ellos una satisfacción inmediata; el trabajo, por el contrario, promete un provecho ulterior. Ya desde tiempos remotos, el trabajo introdujo una escapatoria, gracias a la cual el hombre dejaba de responder al impulso inmediato, regido por la violencia del deseo. La mayor parte de las veces, el trabajo es cosa de una colectividad, y la colectividad debe oponerse, durante el tiempo reservado al trabajo, a esos impulsos hacia excesos contagiosos en los cuales lo que más existe es el abandono inmediato a ellos. Es decir, a la violencia. Fué necesario entonces para la colectividad humana establecer las prohibiciones para poder vivir en ese mundo del trabajo.
 
Enviado por Norma

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