Había que preparar la fiesta.
Esa noche nos habíamos reunido a leer poesía en el departementito que habíamos alquilado en el barrio de Montserrat, al que usábamos como refugio de todo el grupo y donde la poesía venía acompañada de los pintores que nos rodeaban y de las guitarras, y voces educadas con estudios y la voz del que estaba en silencio enamorado de mí. Había pactos de lealtad entre los hombres y aunque no pronunciados la mujer de otro podía ser amada pero no tocada y así subía en las noches junto con los vapores del vino que corría en medidas moderadas, el erotismo de lo sentido y no puesto en palabras que transformaban los cuerpos en exaltaciones poéticas o en pinturas irreconocibles de los rostros o en canciones donde el amor huía del subrayado y se velaba en los Do de pecho del cantor de óperas y el Mi del cantor de poemas populares. Épocas de conciertos a media noche y errancias permitidas que nos sobrecogían y nos permitían estar juntos. Esa noche la novela de Néstor esperaba su turno para ser leída y yo tocaba la carpeta color celeste con impresiones dactilografiadas y esta palabra se pronunciaba con temor porque no sabíamos si estaba aceptada en la academia y aún hoy recuerdo esa sensación de inquietud frente a lo bien dicho o lo mal pronunciado. Había que decidir esa noche también si el libro de poemas de Carlos que era el menor y el mas bello de todos y que me había hecho caer a mí ahora en la imposibilidad de un amor que tenía que mantener como un secreto de mi corazón y apretarlo contra mi cuerpo para que no saliese de la víscera. Había que decidir decía, si le sería permitido mandarlo a imprenta o se le haría pagar el derecho de piso de la espera, por ser el primer libro de un novel autor.
En consecuencia la fiesta no se preparó porque esa noche era ésa la fiesta y sólo pudimos pedirle a Gianni que eligiese las arias para cantar desde el lugar reservado al órgano en la pequeña capilla del barrio donde nos casaríamos y donde el cura nos había dado el permiso, siempre y cuando no se tratasen de canciones paganas, ya que habíamos decidido casarnos por Iglesia y como todos sabemos la iglesia tiene esa santidad y la pureza necesaria para ocultar toda la sexualidad que en nosotros estaba puesta en la superficie de todos nuestros actos. Así que nos despedimos cuando el sol entró por la puerta ventana de ese segundo piso y se posó sobre la alfombra de piel de vizcacha que habíamos traído de Córdoba en el viaje de nuestra luna de miel anticipada.
Nos despedimos sin acordar fechas ni horarios porque ninguno de nosotros había padecido por el momento ningún desencuentro, y teníamos la liviandad de un viento suave en nuestros cuerpos jóvenes, recién acontecidos.
enviado por Azul Estremecido.
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