El Occidente cristiano debatió sobre la poligamia para terminar condenándola sin remedio. Es decir no resolvió el problema subyacente que en realidad es la pregunta sobre la mujer. Sin concepto sobre la mujer, siempre ésta era un ser en menos respecto del hombre. Es algo que existe en otra cosa, no en sí. La mujer no puede ser, ni puede ser pensada sino en y por el hombre. Si tomamos esto de una manera spinozista, cuando desde aquí se define el modo finito, éste no puede ser, ni ser pensado sino por el atributo sustancial que expresa. En la sustancia existe una distinción real, entre los modos finitos de una misma sustancia existe una distinción numérica. Así entre el hombre y la mujer, la distinción es real, mientras que entre las mujeres la distinción es numérica. El hombre es a la mujer, lo que la sustancia es al modo, y el Uno que constituye a un hombre es de un orden muy diferente al Uno que hace a la mujer. Basados en esta diferencia entre la sustancia y el modo resultó que el hombre pueda tener dos o una infinidad de mujeres, pero una mujer nunca puede tener más que un sólo hombre. Este antiguo debate sobre la femineidad es relanzado en la época de Lacan cuando sus seguidores se complacen en repetir como un estribillo que la mujer no exsiste, que es no-toda, que no se totaliza en un concepto que la subsuma, que no pueden ser sino una por una, en un catálogo siempre incompleto.
Extraído del libro "Los miedos del Amor"
de Norma Menassa
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