Las grandes epidemias no se caracterizan solamente por el número de enfermos y muertos. Una enfermedad se convierte en el mal del siglo porque cristaliza, simboliza incluso la manera en que una sociedad vive colectivamente el miedo y la muerte. En este sentido la enfermedad importa tanto por sus efectos imaginarios como por sus efectos reales. Ninguna enfermedad, en la época contemporánea, nos ha impulsado tanto a interrogarnos sobre nuestra identidad, nuestros valores, nuestro sentido de la tolerancia y de la responsabilidad.
La pandemia VIH/SIDA se ha convertido en una enfermedad moral, quebrantando el sentimiento de confianza en las relaciones interpersonales. El SIDA ha sustituido al cáncer como "moto" social, con el agravante de que afecta mayoritariamente a grupos de riesgo sobre los que existen estigmas sociales previos.
Por su relación con la sexualidad, la sangre, las drogas y la muerte evoca temores e inhibiciones profundos del ser humano. Basta ver una enfermedad como un misterio y temerla intensamente para que se vuelva moralmente contagiosa
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