lunes, 1 de junio de 2009

Cuento

Introductio necesarium: Ahora casi todo el mundo conoce Charata, en el norte Argentino, por ser el pueblo con más infectados de dengue. Pero para mí suena diferente porque nací ahí. Este cuento cuenta una historia que pasó hace muuuuchos años, cuando creía que el tamaño del Universo no era mucho mayor que ese pueblo. (Dios mío, tal tuviese razón)

LAGUNA"PATA DE PALO", ADIOS.

"Aguas del recuerdo, voy a navegar"

Don Abraham Kanoff fue el personaje mágico de mi infancia. Era muy diferente del resto de los 5.000 habitantes de Charata... "Nuestro pueblo está el centro geográfico de la provincia del Chaco", nos dijo una maestra de la primaria. "Y fue fundado por Alvar Núñez Cabeza de Vaca" continuó. "Y el nombre se debe a que encontró a unas perdices, que parecían decir charat..charat...y de ahí Charata" concluyó. Para entender la importancia que tenía ser el diferente en Charata, hay que señalar que Charata era quizás el pueblo más extraño de todo Argentina. Los que vivíamos allí lo sabíamos largamente. Y nos acostumbramos. Algunos forasteros de paso y otros que vinieron a quedarse, llegaron a asombrarse con algunos hechos que para nosotros no merecían ya ningún comentario especial. Por ejemplo la amistad que se armó entre el nuevo cura que era español y el principal comerciante que era judío, a tal punto que éste le financió al cura la construcción de una nueva Iglesia fascinante y el proyecto fue nada menos que de Williams, el arquitecto argentino más conocido en todo el mundo, inventor del bidet y amigo de Gaudí entre otras cosas. Fue el primer pueblo de la provincia en donde se descubrieron drogas en una fiesta escandalosa.

Creo que una de las causas era la riqueza de la zona. Además de plantaciones extensas del algodón más fino, justo se estableció ahí la empresa láctea más grande de toda la región. Había muchas armas de caza. Mucho alcohol. Y hasta salimos en los diarios nacionales por ser el pueblo con más coches por habitante. Fue el primer pueblo del Chaco que tuvo una radio y se contrataban artistas importantes que venían a tocar exclusivamente a nuestro pueblo en ocasión de algún evento importante.

Otra rareza. Las vías del tren dividieron al pueblo en dos partes y se formaron los de este lado y el otro lado. Cada lado tuvo su equipo de fútbol, mientras los demás pueblos tenían uno solo. La rivalidad fue enorme. Un día ambos equipos estaban jugando para definir cuál iba a representarnos en un campeonato provincial, cuando de pronto un simpatizante del equipo de este lado entró a la cancha gritando que los de el otro lado, estaban jugando con doce hombres y recibió un disparo de un rifle de aire comprimido que lo costó un ojo. Cuando el gobierno nacional decidió construir una nueva escuela en cada pueblo, las discusiones sobre de qué lado debía estar, fueron tan interminables que tuvieron que hacer una escuela en cada lado.

Pero había algo más. Que no ero algo más. Para mí era lo más importante. En los alrededores cada tanto caía un meteoro, como si hubiera un agujero en el cielo justo sobre nosotros. Era impresionante ver una bola enorme de hierro que había venido de allá arriba. Muchas veces caían personajes de Buenos Aires a buscarlos. Físicos, astrónomos y hasta arqueólogos. Miraban, cavaban, fotografiaban, los robaban. Y hasta embarazaron a alguna desprevenida lugareña. Yo, no sólo era el más apasionado defensor de la teoría que eso tenía que producir algunas rarezas en nuestras vidas, sino que justo a mí me tocó descubrir en un libro de preguntas poéticas una que decía: "Dónde están las viñas de hierro de dónde caen los meteoros?". Cómo llamar casualidad a ese encuentro en el cual la letra confirma la intuición.

¿Por qué de ahí salían boxeadores importantes, artistas, locutores que luego oíamos por las radios de Buenos Aires, corruptos que tuvieron notas en grandes medios, un maestro que llegó a ser Ministro de Educación? Además una poderosa logia que se reunía secretamente y que entre otras cosas traía mujeres hermosas que luego nunca más veíamos. Y aunque sé otras cosas y nombres, elijo no abundar en el tema, principalmente por miedo. No sé si eso siguió o sigue y no sé quién puede leer esto. Y además no agrega a lo esencial de la historia. Y resulta que en este pueblo singular, decíamos, Don Abraham por lejos, era el más raro.

No sólo el más raro, también "el más forzudo", decían de Don Abraham en el bar de Rodríguez. Lugar en donde se rebautizaba a los personajes del pueblo y también se decidía la moral de las mujeres. Allí cuando se encontraban "El Sexto", sobrenombre puesto por sus 6 dedos en la mano derecha, y Don Sosa, que por un hachazo accidentado tenía 3 también en su derecha, decían bien fuerte "choque esos cinco" Las risas siempre festejaban este frase, como una ceremonia.. Ahí fui testigo varias veces, de la entrada por la puerta grande del bar de Don Abraham. Siempre se producía un súbito silencio. Y después volvían los ruidos en un suave crescendo. Además, yo fui uno de los ocho chicos que una vez nos colgamos al mismo tiempo de sus brazos, cuatro en cada uno. Nos levantó como a una pluma. Lo mismo hacía con su Ford A, hasta dejarlo en dos ruedas, como en esas historias donde una madre lo hace para salvar a un hijo y luego queda internada. Pero Don Abraham quedaba tan campante. Parecía que todo lo podía. Recuerdo aquella vez que en el bar escuché, por accidente, "ese, mira mucho a una mina y la embaraza". Con semejante fama, poco después fue a nuestra casa a ver a mi padre y como éste aún no había llegado, mi madre lo hizo pasar para esperarlo. Para qué. Cuando papá llegó los encontró charlando en el comedor. Se puso blanco. Nunca lo había visto así. Y cuando Don Abraham se fue, le gritó a mi madre como jamás lo había hecho. ¡¡"Y si yo no estoy, acá no entra ningún hombre y mucho menos ése"!!. Ese era Don Abraham. Una sola visita suya aportó a mi vida un nunca y un jamás. Nadie era tratado así en el pueblo.

En la laguna Pata de Palo, por ejemplo, cuando él la recorría nadando, todos se corrían a su paso, como para no importunar su fluir. A propósito: yo adoraba esa laguna. Tal vez otros también, pero como yo... no sé. La laguna Pata de Palo, era como un oasis que se hizo verdad en la aridez chaqueña. Era la única posibilidad de nadar si vivías en mi pueblo, lejos de los ríos y mucho más del mar. Nadie tenía pileta porque el agua escaseaba, hasta se compraba. Cuando no venía la lluvia aparecía el camión tanque con su larga manguera hasta el aljibe.

Cuando el clima y sobre todo mis padres, lo permitían, yo iba a la laguna, y en verano era todos los días. Nadaba pecho, y por debajo del agua, y hacía la plancha y escupía agua para arriba, imitando una ballena que conocí en un cuento, y creo que me sentía tan feliz, que cuando la tía Esther me habló en secreto de las otras vidas que todos tuvimos, yo me imaginé pez en alguna de ellas.

Después de nadar hasta agotarme, el viejo que vivía por ahí y parecía el dueño del lugar, me alcanzaba una toalla dudosa, y mientras yo me la pasaba por la espalda, él, esperando la moneda, solía rascarse la pierna sana, con la otra, de la cual se veía que terminaba en un palo.

-Es de quebracho- decía medio orgulloso -el mismo que se usa para los durmientes de las vías-agregaba. -Así que si aguanta el paso de trenes y trenes, durante años, imagínense para cuánto tengo pierna- concluía.

Un día todo cambió.

Se cumplió eso de que las cosas deseadas se corren de lugar y quedan fuera de nuestro alcance. Don Abraham llegó a la laguna y como solía hacerlo, buscó el punto más alto en la orilla, en donde había algo así como dunas, pero de tierra. Se subió a una de ellas y se tiró de cabeza. Tardaba en salir, pero no era la primera vez. Solía bromear aguantando largamente bajo el agua hasta hacernos creer que se había ahogado. Y luego emergía violentamente, con velocidad de sorpresa y como un molino girando los brazos, más tremendos resoplidos. Parecía que transformaba el aire en viento.

Pero esta vez, ay ay ay, no fue una broma. Al zambullirse chocó su cabeza contra una piedra y se "desnucó", dijeron. Estuvo semivivo una semana. El médico, que también era el de mi familia, nos contó que alguien común hubiera muerto en el acto.

El velorio y el entierro fueron únicos, inusuales para el tamaño de nuestro pueblo. Recuerdo a un santiagueño preguntando al lado mío con tono pícaro "¿Murió Antonio Tormo?", un ídolo del chamamé que cuando venía a actuar se juntaba todo Charata.

Pasaron los días y nadie hablaba de la laguna. Yo no me atrevía a preguntar. Así pasó un mes. A los de mi barra les pasaba lo mismo. En sus casas, nada sobre el tema. Uno de ellos, Luisito, tomó coraje, y le preguntó a su madre cuándo iban a volver a Pata de Palo. Nos contó que la madre, como única respuesta lo miró con cara de "a vos te parece".

Una semana después, fuimos en secreto, sin que lo sepan los mayores. No había nadie. El viejo Pata de Palo nos saludó con un gruñido. Ni siquiera tenía a la vista sus flacas toallas. Nos fuimos sin meternos en el agua, y eso que debajo de los pantalones teníamos puestas las mallas.

Al tiempo volví solo. Temeroso, deseante y en total secreto.. Esta vez ni el viejo estaba. Había un pequeño cambio: el agua estaba o parecía más oscura. Dudé. Y dudé. Al fin me metí. Con un miedo... Nadé lo más lejos posible de donde sucedió lo que sucedió. El agua estaba fría como nunca antes. Y parecía más pesada, o más dura. Pensé en algo ridículo, algo así como que la laguna también había muerto con Don Abraham, y que yo estaba nadando en su cadáver. Después de eso salí rápido, mientras en mi pecho sentí temblando el galope de mi corazón. Tá tá tá tá....Nunca volví. Nadie volvía. Los grandes tomaban otros caminos como para ni pasar cerca.

Iba a poner como final de este recuerdo: A esta laguna, la secó algo más fuerte que el sol. Porque hasta el sol va a morir. Y será silencio. Pero me sonó falso, escrito por alguien muy diferente a lo que yo imagino de mí. Será por eso de buscar un final que suene chán chán, la frase perfecta, la materia toda resuelta. O porque quería impresionar, volverme universal por pintar con brillos la aldea. Tal vez fue para no tener que confesar esto que es más estúpido todavía que esa frase: Hoy me di cuenta que nunca me había podido despedir de ese lugar en el que fui ruidosamente feliz Que tenía ganas de decirle adiós.

Tom Lupo

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