Tercera parte
Que los poetas legislen con sus versos la vida de los hombres y que los psicoanalistas interpreten, los mecanismos intrínsecos de dicha legislación, no son todavía, prueba suficientes para que sigamos galardonando a nuestros poetas y a nuestros médicos y sigamos recluyendo a nuestros locos en los manicomios o sus sustitutos, no siempre diferenciados de la fuente de la cual provienen.
Una manera de pensar inhumana genera una manera de pensar humana y, esto, sin embargo, no le da al asunto criterio de verdad. Porque debemos decirlo: no es en la verdad de la locura donde anida la humanidad, y por tanto, no es, precisamente, humanidad lo que ambiciona el discurso psicótico, sino, más bien, una palabra que por su brusquedad, interrumpa el flujo de lo que teniendo por ser deseo, todavía, es necesidad en él.
Palabra que por su imposibilidad de ser reducida a cosa alguna (si ustedes quieren: falo, significante de falta), sirva como ejemplo (por que ¿de qué otra cosa se trata que de un proceso de identificación?), para que el habla del psicótico pueda, para dejar de ser psicótico: separar la cosa de la palabra que nombra la cosa, o bien, en otro nivel, separar lo bueno de lo bello, o bien, si se trata de hablar de los diferentes niveles de la locura, una palabra que le permita al hombre, separar lo bello de lo divino.
Y si para semejante transformación habrá de ser necesario el cuerpo del psicoanalista, no nos pondremos a tratar de saber si es demoníaco o divino que el psicoanalista oficie de madre, pero diremos que la verificación del cuerpo no da más garantía al símbolo, sino, por el contrario, pone en cuestión, precisamente, al símbolo, porque el poder de curar está en el cuerpo. Porque si se tratase de curar, es de la eficacia simbólica de lo que se trataría y de ella, de la eficacia simbólica, es más capaz el cuerpo, que la propia palabra.
Y si totalmente faltase el cuerpo, no tendríamos, tampoco, el símbolo en su belleza pura o, mejor dicho, no habría símbolo posible en esa debilidad.
Esta manera de no poder no estar y, tampoco, poder estar, hace del cuerpo del psicoanalista una nube de polvo ardiente y helada a la vez que, en todos los casos, envuelve a quien por su boca habla, en esa pasión.
Miguel Oscar Menassa
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