Segunda parte
El psicótico nos propone ser un potro salvaje en plena libertad para siempre,y, ¿quién no quiere ser un potro salvaje en plena libertad para siempre?
Alguien que pueda contestar, yo soy ese potro salvaje, que no quiero serlo. Tengo plena libertad de hablar, pero estoy dispuesto a perderlo para escucharlo.
Alguien que pueda decirle al psicótico, que no hay nada que dure tanto como las estrellas y, sin embargo, no siempre son las mismas.
Ese ha de ser el psicoanalista de la locura y no vengo a deciros que ha de ser el poeta el que lo consiga, sino la poesía misma (como función poética), al borde mismo de la locura, podrá descifrarla y darle un destino dentro de los destinos de la palabra.
Quiero decir, que es como psicoanalista que me presento en el territorio de la locura, ya que no es del saber que no se consume. Lo que parece no consumirse en el teritorio de la locura es un psicoanálisis que arrase, no sólo la vida del psicoanalista, sino también la vida del paciente. Un psicoanálisis donde el psicoanalista, más allá de su condición de asalariado, no se someta, hasta el límite, de no poder cumplir ya con la función.
Función que de devenir como tal, tendrá mi deseo en eso, porque sólo el deseo de quien se ocupa de eso, es la función.
Y si eso de ser la función, invade eso de no ser nada de mí, mi deseo será social cada vez que le cuadre expresarse. Y cuando digo social, quiero decir, que en su expresión no me dará el ser que ambiciono en el movimiento, sino, por el contrario, aquel otro temido, por ser deseo de Otro y que de ustedes ha partido, porque la función no habla sólo desea. Y sordo es el desear de la función, ya que ella nada desea para sí, sino para la retórica que la crea como tal.
Miguel Oscar Menassa
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