Tengo toda la paciencia que tiene que tener un árbol perenne. Se imaginan esa solemnidad.
Y no soy, como dicen algunos de mis versos, un pájaro cantor, sino más bien, cientos de pájaros cantores anidan en nis propias entrañas.
Soy, por eso, la madre de lo que canta en cada pájaro cantor. Y lo que crezco contra el tiempo, hace efímero el vuelo de los pájaros, me llaman: POESÍA.
Hombre de piel como palabras
he viajado por lo que queda del alma
y no estoy de acuerdo.
Tristeza agrandada por sus contradicciones,
soy el dolor del siglo que no duele.
Más que la atroz materia que destruye,
un simple giro del lenguaje.
A la palabra amor
le puse cascabeles como la lepra antaño.
A la palabra madre
le puse un cataclismo entre las piernas
y una belleza masculina en la mirada.
Ojos de miel combiné con mi Patria
y me dejé llevar por la marea.
Llené el mar de palabras antiguas
y hundí el mar.
De la mujer hice una frase.
Detuve su infatigable locura,
infatigable locura entre mis letras.
Al tembloroso avergonzado sexo
le agregamos torrentes, cataratas.
Ella existe,
ha nacido en mis versos.
Poesía de fuego
donde el dragón es ella y la palabra.
Te escribo, ¿ves? te escribo
como antaño el hombre se escribía.
Hago que tus gemidos
-yegua loca pariendo la mañana-
abandonen tu cuerpo.
Miguel Oscar Menassa
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