NOCHE 282- Trabajando la eterna soledad del alma, sostenido viento donde el tiempo de los hurones destinados a percatarse de la eterna soledad de las estrellas, arcas devenidas mares sangrientos.
Vientre pariendo universos, no queremos ser más, simples profesionales del alma. Es feliz la realidad, serpiente encasquetada, dolor enorme del saber escondido de la nada. Como me gusta perder el tiempo de la dicha, es decir, nadie ha de querer volver a amar los rastros arteros de la nada.
Es verosímil que el hombre hable de los disolventes y enfermizos roces perennes de los dichoces días del pasado, aquella situación terca del dolor ajeno, por todas partes alegremente llevado a tristezas marinas encontradas.
Estoy en mí, luciénaga enamorada del tiempo de los envueltos mariscales asesinados, en el que la vista del dolor hablaba del tiempo en que nos comíamos el amor.
Miguel Oscar Menassa
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