Octava parte
No éramos iguales, pero tampoco se podía decir que éramos diferentes. Ya que no sólo lo dicen otros investigadores, sino que también los psicóticos atendidos por mí, atravesaban en algunos momentos del tratamiento, períodos de una lucidez, aún, envidiable por mí. Períodos donde toda la locura, también, era el sesgo de esa inteligencia.
Habían frases que salían de su boca, puntuadas como si fueran poesía (sin que por eso el discurso llegara a ser poético o sencillamente más coherente) y esto, para mí por lo menos estaba claro no pasaba nunca en el paciente llamado neurótico, pero sí en mí.
Estos pensamientos, esta vecindad de mí con el psicótico me resultaba escalofriante.
¿Una vez más se agotaban las diferencias?
¿O esta vez se marcaban definitivamente las diferencias?
La puntuación me hacía pensar que tanto creación como locura, provenían de la libertad de la propia pulsación del inconsciente. Es decir, algo más allá de la represión, más allá del placer, repite. Y, esto, es verdad, pero mientras que en el creador lo que pulsa es un universo Otro, en el psicótico lo que pulsa es el rechazo de ese Otro universo. Y no es que luego no lo comparta con nosotros como otro ser más del lenguaje, sino que, sencillamente, no puede concebirse como posterior al lenguaje. Ni puede como dice el poeta, yo es Otro. En mí, diría el poeta lo que me puntúa es una falta. En el loco lo que puntúa y eso no lo puede decir el loco sino un psicoanalista, es el rechazo de esa falta.
Soy un sujeto del lenguaje dice el poeta, ese ser desaparecido por ser representado por un significante para otro.
Soy invadido diría el loco, por el lenguaje. Soy una aparición en forma de rechazo. Un agujero presente, que no puede ser representado.
Miguel Oscar Menassa
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