Golpeo con los dientes puertas de hierro
y cuando saltan
de la boca, como cristales rotos,
despedazados nácares
sangrientos,
alguien se apiada
y abre.
Y prefiero la inclemencia
de las puertas cerradas.
Prefiero la intemperie
en los huesos.
Prefiero las secas dentelladas contra los goznes, sordos.
Pero alguien se apiada
y abre.
Y ya ni hierro
ni cristales
ni nácares
ni intemperie
ni goznes.
Solo la levedad inasible
de un fantasma,
vapores de la nada.
Buenísimo poema.
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