No comprendés, la distancia es el mar, las mil leguas marinas que nos separan irremediablemente.
Cuando estábamos todos en el puerto, todos éramos iguales.
Después llegó la hora de embarcarse, la nave construida, las amarras rotas.
Yo preferí el mar, vos la tierra.
Desde el mar te tiré los cabos necesarios, las escalas necesarias. Fue imposible. Desde la arena me hacías señales luminosas incomprensibles; recuerdo una noche que me entretuve en las señales, casi me voy a pique.
Después el mar me fue ofreciendo nuevas palabras, nuevas conjeturas, mi piel en tanto iba adquiriendo las características de los viejos lobos de mar. Mis aullidos eran aullidos desprovistos de fe. Lo importante era emitirlos y no que alguien los escuchara.
Mi barco era pequeño y veloz, vos no pudiste soportar tanta velocidad.
Miguel Oscar Menassa
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