XI
Ella no toleraba que para amarme a mí tuviera, también, que amar mis versos, sería por eso, me imagino, que tomando mi último libro de poemas se lo metió entre las piernas y sonriendo como una hiena plena de valor, me dijo susurrando y alargando las palabras hasta casi el dolor:
-Tu poesía me la paso por el coño.
Y se quedó con la boca torcida por el esfuerzo que le había costado decirme esas palabras y se arrodilló lentamente al borde de la cama y tiró con rabia el libro que tenía entre las piernas, con algo de lujuria y mala suerte, ya que el libro fue a dar contra la lámpara de pie que habíamos comprado en Holanda y la rompió.
Hubo un estrépito y luego se hizo la oscuridad, o tal vez las dos cosas ocurrieron al mismo tiempo, yo entrecerré los ojos y tuve la fantasía que alguien podría haber disparado sobre nosotros y entonces pregunté con voz temblorosa:
-¿Amor mío, estás muerta? y ella otra vez riendo a carcajadas me dijo:
-Algún día te darán el Premio Novel, no me caben dudas, pero tu amor es triste como las vacas.
Miguel O. Menassa
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